sábado, 3 de julio de 2010

En la guerra Intelectual y el limbo

La Guerra. Esa palabra a la que tanto tememos, pero más tememos su acción, que sea un hecho. Actualmente, México está viviendo su etapa de guerras que deja a todos más inconformes que el día anterior: mueren inocentes, mueren los intelectuales, mueren los políticos por intentar hacer política, y el presidente ha declarado una guerra cuyas batallas ha perdido una tras otra.

En una de esas batallas que se mencionan está la del 19 de marzo del 2010, día (o madrugada) en que murieron dos jóvenes en fuego cruzado entre las armas de los criminales y las lanzas del ejército; que hizo temblar a la comunidad de estudiantes de todo el país. Por toda la nación surgieron grupos de jóvenes intelectuales que fueron apoyados por sus maestros. Convocaron marchas y varias muestras de inconformidad ante las medidas que se estaban tomando para acabar con un problema que si antes no les afectaba directamente ahora lo estaba haciendo. Sin embargo, después de escasos cuatro meses, esos movimientos fueron perdiendo la inercia. ¿Por qué? Las respuestas son simples, y son dos:

Primero, los movimientos no tenían bases sólidas y trascendentes, no queriendo decir con ello que la muerte de los jóvenes no era un tema de gran importancia, al contrario; pero simplemente no era la suficiente leña para mantener el tren andando. Debieron comenzar con algo más general, más versátil.

Segunda, el presidente Felipe Calderón Hinojosa, mismo que declaró la guerra contra el narcotráfico, sólo tenía cabeza para decir que era una guerra de todos. Una guerra que terminó ahogando a todos los mexicanos, a excepción de aquellos que permanecían sentados en la cumbre del poder.

Las guerras que han surgido al menos en los últimos veinte años, tienen la peculiar característica de ser ilegítimas ante el pueblo, y es que los mandatarios de las naciones están jugando a las cruzadas sin mancharse las manos. Buscan esa Tierra Santa dentro de sus países, pero no se dan cuenta de que el Santo Grial del bienestar está justo debajo de su trono, así es, debajo de su trono, sólo que la comodidad del poder no les permite ponerse de pie y bajar la cabeza. El egocentrismo de las autoridades que acosa no sólo al no-político mexicano sino también a todas las cabezas del mundo, no les permite ver sus acciones desde el espejo, siendo los principales promotores de la democracia los más viles y fascistas; lo son por el simple hecho de considerarse ellos mismos la máxima figura de lo que sea que estén intentando implementar.

El intelecto y la acción no pueden estar separados, deben ser como el cuerpo y el alma. Ya que aquellos que no están instruidos bajo los conceptos por los que luchan son como zombies, hipócritas que sólo quieren comer del cerebro de los demás para vanagloriarse con la luz de los ilustrados.

Por otro lado, tampoco puede haber intelectuales que no tomen acciones. No por ello serán guerrilleros, como lo dijo Jean-Paul Sartre, al contrario, dejarán de ser fantasmas, sus enseñanzas dejarán de ser el principio de ese teléfono descompuesto que termina en los actos que acaban descomponiendo la esencia de la lucha y con ello debilitándola hasta acabar con ella.

Debe ser como las primeras guerras que se sostenían en la faz de la Tierra, donde los reyes y consejeros peleaban al frente y guiaban a su patria. Así, conquistaban con dignidad, y si perdían lo hacían con el menor dolor.

Quizá suene un poco ilógico pensar que el presidente de México pelee junto al ejército, pero más absurdo es ver cómo se desata la masacre ante nuestros ojos mientras él lo ve todo con lentes de color de rosa, incluso en las estradas del estadio en algún país lejano al suyo.

Lo que él hizo fue una reacción, no una acción. No tenía conciencia. Se saltó de la comparación al hecho, imposibilitando con ello la reflexión y así todos los pasos que surgen a partir de ella. Fue el zombie que se mencionó unas líneas arriba, pero sin luz, sin respaldo. También fue el intelectual que no tomó las armas, que no moriría por sus palabras o sus pensamientos. Felipe Calderón yace en el limbo entre las dos partes, no es de aquí ni de allá, no tiene los pies en la tierra y mucho menos en su tierra… nuestro moribundo México.

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