martes, 23 de febrero de 2010

Escena de la última luz

El señor miraba pasivamente a la gente pasar. Esperando, no esperando. ¿Esperando qué? La muerte, ¿No esperando qué? El amor.

Sólo se sentaba y de vez en cuando suspiraba, gravemente, con dificultad, como cuando el agua pasa por un colador con arena.

El viento que había estado ausente, comenzó a mover el cabello del hombre, recordándole las manos de su amada que le acariciaba en la cama, en el césped, en la arena.

La arena. Había creado tantas cosas con ella. Había sido testigo de su color, su textura, por las malas… de su sabor.

¡Qué enorme contraste la falta de suavidad de la arena con la dulce piel de su blanca niña!

Tanto la lloró que ni una lágrima más por su mejilla rodó. Ese día, el hombre se secó.

Su última caricia, antes de que a ella se la llevara la marea.

Su última caricia, la que le regaló el viento esa tarde.

Pero no fue lo único que le obsequiaron el clima y el tiempo. Ellos también le dieron un pase para llegar a la luz. Un túnel profundo donde al final se encontraba ella esperándolo, con los brazos abiertos, con la boca parada y los ojos cerrados.

Llegó a ella y la abrazó.

Cesó el viento, cesó la luz y el tiempo.

El hombre sentado en la banca ya no veía a la gente pasar. Ya no esperaba. Ya NO no esperaba. Ya ni siquiera respiraba con dificultad… el hombre ya no vivía.

martes, 16 de febrero de 2010

El mensaje

Aún no amanecía cuando la luz del teléfono celular la despertó. Contestó... con voz intranquila pero sin hacer mucho ruido y colgó.
Se quedó mirando un largo rato al techo oscuro aún, con las manos cruzadas, posadas en el pecho. Sublime como un cliché de la resignación... sin lágrimas, pues ya se había preparado para ese día.
Salió sigilosamente con el propósito de no despertar a los habitantes de su casa o a los vecinos.
Ya estaban saliendo los primeros rayos de sol cuando llegó al aeropuerto.
En la sala de espera, sacó su celular del bolso. Vaciló en cuanto al número. No podía dejar de pensar en todo aquello que estaba a punto de dejar, aquella persona a la que quizás jamás volvería a ver.

Le llegó un mensaje a David, quien contestó con extrañeza.

Seguía esperando. Estaba empezando a soñar cuando sintió la vibración del teléfono en su regazo.
Vio el mensaje. Sintió un vuelco en el corazón y después lloró desconsoladamente tras sus blancas manos.

Llegué a la clase de administración, con la adrenalina en tope... los nervios de punta.
David me enseñó un mensaje después de contarme un breve y desconcertante escenario.

"Ya me voy, te quiero mucho"

"Perdón, no sé quién eres, no tengo registrado tu número"
"Perdón, pensé que eras mi hija"