lunes, 15 de noviembre de 2010

Destedio

Me enfadé de la vida que llevaba y tiré todo al demonio. Mi alma pesaba y cada vez que recordaba aquello que aún no sucedía y que debía suceder un llanto interno con violentas sacudidas acosaba mi corazón.

El tedio, qué sensación más horrible para el ser humano; y así me sentía yo: En un profundo sueño de tedio. Despertarse sin recordar lo que no existe y estar sometido con ello a la monótona existencia dirigida por la batuta de las leyes de la física.

Lo que más me gustaba del mundo dejó de tener color ante mi mirada ansiosa y expectante de diferencias. Tanto tenía el mundo por ofrecerme y tan pocas maneras de hacerlo. Por eso renuncié al mundo, al poder clásico y a la visión de mí en ese universo. Regresé, viajé en el tiempo y tomé otra ruta. Regresar era la única opción para salvar mi vida del tedio; regresar es la única opción que puede hacer el mundo para dejar de sentir el desasosiego de la postmodernidad.

La misma música, antes tenía el poder de construir castillos en mi piel y erizar la superficie hasta la luna. Adicta a esa sensación volví a escuchar la misma melodía una y otra vez, sin percatarme de que en realidad estaba vacunando mi alma contra esos sentimientos tan divinos, tan espontáneos y creados por una canción. ¿Y qué más puede ser el tedio sino la incapacidad de sentir asombro; como la muerte es la incapacidad de amar? El tedio es una muerte. Una muerte de nuestro sentir, de nuestra capacidad de percibir nuevas formas. Yo morí, morí ante el mundo y sus secretos encantos teóricos que sólo serán revelados a aquellos que siguen vivos para descubrirlos. Pero no morí para siempre ni en todos lados, nací en otro lugar, otro universo me recibió con grandes brazos de sensaciones y asombro. Ese sería mi nuevo hogar, no el mundo y sus problemas, sino el físico y lo tangiblemente imaginable e inimaginable. Colores, formas, sensaciones y experiencias. Volví a nacer, nació mi alma y ahogué el deber. Tomé las consideraciones con mi ser, quise hacerme feliz y mandé al mundo al diablo.

¿Y qué me asegurará que el canceroso tedio no enfermará mi pasión? Lo digo yo, lo dice la naturaleza misma de la nueva disciplina, me lo dice el corazón y me lo dice la mente. Y tomaré aquello que alguna vez amé y lo fusionaré con mi nuevo gusto, haré que el tedio desaparezca de mi vida. Curaré el cáncer de la teoría con la práctica. Con la total abstracción de ella que será tangible y colorida, que pueda ser percibida hasta por los sentidos más toscos.

Les daré a todos ese regalo. El de palpar los secretos del mundo, de hacerlos suyos, de pasar en ellos recuerdos recónditos e íntimos. El regalo de poseer al mundo en todas sus facetas.

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